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23 ago 2011

El Clásico termino empatado y en paz.

Para dos equipos en pleno proceso de formación y el “peso” que significó jugar el clásico ante un marco espectacular, el empate en un gol les quedó como anillo al dedo tanto a los cuervos como a los santos.
Juventud Antoniana, que se puso en ventaja con un gol del debutante Leo Zarosa, bien lo pudo haber definido en el primer tiempo, pero la impericia de Juan Perillo y las atajadas de Mariano Maino se lo impidieron.
Central Norte reaccionó en la segunda etapa, especialmente con los ingresos de Caputo y Campos, y no solo lo empató a través del también debutante Enzo Noir, sino que hasta lo pudo haber liquidado en dos jugadas electrizantes de Weiner, que en el final neutralizó un atento Pérez.
Pero, más allá de las lamentaciones, el empate los dejó conformes y les permitió “disimular” la falta de ensamble en dos formaciones plagadas de caras nuevas. Y si bien los goles llegaron a través de dos debutantes, quedó visto que a los únicos que no les pesó el clásico fue a aquellos que ya sabían lo que era jugar en un estadio como el Padre Martearena y ante más de 20 mil personas.
Por el lado de Central Norte lo demostró el cada vez más sólido Mariano Maino, salvando tres situaciones clarísimas de gol en el primer tiempo; o un batallador Matías Ceballos, aun jugando en otra posición, y un Germán Weiner habilidoso y desequilibrante.
Y en Juventud Antoniana los que tuvieron más protagonismo fueron el “Gato” Pérez, sobrio, ubicado y atento en el arco, o Hernán Hechalar, que tomó la iniciativa y abrió brechas en la defensa rival, y de última la prodigalidad de Juan Manuel Perillo, más allá de sus imprecisiones.
Ladrillo sobre ladrillo se construye una casa, dice un viejo refrán. Y en este aspecto, salvo un par de excepciones, los nuevos recién se están acomodando y ambientando en la nueva estructura futbolística. Salvo la efectividad de Noir o el despliegue de Carlos Vaca, los demás rindieron poco o nada en el nuevo Central. Y lo propio sucedió con el buen trabajo defensivo de Braian Cucco, que saltó de última a la cancha, o Leonardo Zarosa, por su buen trato de balón, pero intermitente, en Juventud.
Fue precisamente Zarosa el que aprovechó una desinteligencia en la defensa azabache y una mala ubicación del asistente del árbitro para tocar por debajo del cuerpo de Maino y marcar el tanto antoniano.
Y el turquito Noir, que ya había anotado un par de goles en los amistosos, le demostró a Perillo -que desperdició cuatro chances clarísimas- cómo se define, porque aprovechó muy bien el “jugadón” que armó Weiner y puso el empate.
Pero lo más emocionante del clásico estuvo en las tribunas, no en la cancha, donde mostraron poco o nada. Por eso el empate les cayó de “perillo”, ¿O no?...

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